miércoles, noviembre 19, 2008

Pacífico Barrio

Gachas tiene tirria a algunos barrios de Madriz pero a uno lo tiene de verdad en el punto de mira: el que está entre Conde Casal-Avenida del Mediterráneo y Pacífico, ese barrio de clase media-media y media-alta cuyos habitantes presumen indefectiblemente de vivir "a dos pasos del Retiro". (Gachas también le tiene mazo de manía al fucking Retiro, que no sirve para nada, ni tiene Cortinglés ni FNAC ni nada dentro. Sólo kiojcos de cerveza y patatas aceitosas y malabaristas perroflautas. Puajj).

Si Gachas frecuenta el barrio a pesar del sarpullido que le da es porque desde hace más de VEINTE AÑOS acude allí al dentista, cerca de una plaza cuya fuente central está adornada por unos pajarracos metálicos que, atención, mueven las alas. Gachas volvió el otro día por molestias dentales: se hizo una ortopantomografía (radiografía de todos los piños gachescos) en una clínica cercana y luego le quedó una horeja libre hasta entrar al dentista. Como era entre las 14.30 y las 15.30 por supuesto que no había un mal local, una librería, un Benetton, cualquier lugar para meterse dentro a mirar un poco cuáles son las tendencias y las cosas. Nada: el barrio es de los de toda-la-vida, de no abrir ni a tiros hasta las 5 la tarde.
Gachas pensó entonces en sentarse en un café a leer su propio libro que llevaba ella consigo, pero finalmente convirtió la hora que le quedaba en un peregrinar por bares tan similares entre sí que parecían ser una franquicia: con no una sino DOS máquinas tragaperras y un pantallón de plasma con las noticias a todo trapo y la presencia ineludible de un hombre de 45 bebiéndose un yintonis a esa hora y echando con desgana monedas en la tragaperras (y dándole muy fuerte, con toda la palma de la mano, al botón de "start").

Cuando sólo le quedaban 10 minutos para entrar al dientes, Gachas se dio un garbeo por una calle trasera llamada Reyes Magos donde había una papelería-reprografía que también vendía camisetas chistosas ("alquilo a mi marido" etc.). Más atrás aún había otra clínica dental pero más sofisticada que la del dentista gachesco: hacían todo tipo de implantes de titanio y reconstrucciones de piñatas y para que la clientela potencial viera bien clarito la técnica que empleaban, habían ampliado a tamaño pantalla de sala pequeña de los Renoir fotos de boquetes gingivales con tornillos dentro, implantes de titanio aún sin el diente puesto etc. y las habían colgado como reclamo en la calle.

Tras esta canela fina, Gachas se dirigió asustada a su propio dentista prometiéndose a sí misma que si no tenía nada esta vez, cambiaba de sacamuelas por la gloria de su padre. Y eso va a hacer, jue, jue. Como está sana de la dentadura no pisará Pacífico nunca jamás, ni aunque todos sus amigos se muden allí en masa a un loft diáfano y hagan brunchs los domingos y rastrillos de ropa seminueva.

domingo, noviembre 09, 2008

Gachas ancestral

A Gachas, un amigo suyo ancestral y muy enraizado en las costumbres ibéricas le regaló hace poco una berza o repollón o grelo (¿se puede decir "grelo" así en singular? Véase el desconocimiento de Gachas al respecto). Le dijo que con eso se hacía el archifamoso pote gallego y que iba a soltar mucha sustancia porque era natural, del huerto de un pavo amigo suyo sito en Brunete.

Gachas se dispuso a enraizarse también y fue al mercado a comprar huesos de vaca para saborizar el futuro caldo, y unas patatas y garbanzos para darle un aire de cocido madrileño. El carnicero, rumboso, le regaló los huesos ("¿los quiere frescos o en salazón?" Gachas ahí también se vio falta de reflejos. Al final los pidió frescos " y de espinazo"). Lavó la berza, que al ser de huerto ancestral tenía bichejos, metió todo en la olla gachesca (huelga decir que añadió también un poco de Caldo Aneto de Pollo) y hala, a esperar un par de horas.

Al servirse el caldo y sus complementos en un plato hondo (casi un bol gigante de esos de comer fideos chinos), Gachas, oh, se percató con estupor de que en el invento nadaban pequeños gorgojos negros: el lavado de la berza no había sido lo suficientemente profundo. ¿Y ante esa situación, qué hace una gafapasta criada en el despilfarro? ¿Lo tira todo al váter y si te he visto no me acuerdo? No, Gachas no iba a tirar su tiempo y su dinero así como así: lo que hizo fue una labor entomológica de las gordas: se armó de unas hojas de papel de cocina y las fue introduciendo en el caldo cada vez que veía un bicho (cosa que, lamentablemente, sucedió más de dos y más de tres veces). Cuando eran gordos, se extraían con facilidad, pero en ocasiones (y aquí vino la complicación) eran casi microbianos de tamaño, y se confundían fácilmente con las briznas de sustancia que el hueso de espinazo fresco había aportado al guiso. Así es que Gachas se puso bajo la luz de un flexo y cada cucharada que levantaba, la examinaba y, si era necesario, le quitaba el insectito.
Y así ha sucedido hoy también y sucederá mañana, hasta que se acabe el caldo. Cuando Gachas efectúa esas complejas operaciones se acuerda mucho de sus compatriotas en 1939, que poco asco le harían a un caldo así por más bichos que tuviera. También se acuerda del herborista estadounidense de al lado de su casa, a la sazón obeso mórbido (no es coherente ser obeso mórbido y regentar un herbolario, dicho sea de paso): una vez, Gachas le compró arroz integral, lo metió en un bote transparente y a las 2 semanas se le había llenado de bichos parientes de los del caldo gallego. Gachas fue a reclamar y el tipo le dijo que eran más sanos esos bichos que los pesticidas que le ponen al arroz Nómen. Habráse visto caradura perroflauta. A pesar de ello, Gachas sigue comprándole de vez en cuando, por no buscarse otro herbolario más apartado de su hogar.