Honestidad Web
Gachas se topa a menudo con un problema propio de la contemporaneidad: el hecho de que las páginas web autopromocionales no se correspondan con la realidad física del lugar o producto que anuncian y, al toparse con este último se produzca una dolorosísima e irreparable decepción. Gachas no se refiere a la inclusión de fotografías trucadas o similar, sino al mero diseño engañoso de la página ―de su tipografía, animación, disposición de la información― que puede hacer pensar (a una miembra de la tribu gafapastista como Gachas) en una realidad afín a MOMAs o berlines o lóndrenes y que después resulta ser pequeñuja y anodina.
Eso le pasó el otro día con un lugar llamado Art Container en Roma: parecía que iba a ser el oro y el magrebí, según su página, y al final era como un armario ropero blanco con una pequeña expo de fotos colgadas.
El vacío legal al respecto impide que Gachas reclame o denuncie esta situación a los carabinieri de turno porque, ¿cómo se verbalizaría esta infracción legal? ¿Se diría: “señor Policía, vengo a denunciar a unos que usaban java y flash y de todo en su web pero luego lo que tenían era un bar pequeñujo? ¿Acaso a los propietarios de bar feo y pequeñujo (qué manía con los sitios pequeños le ha entrado a Gachas) las autoridades les pueden impedir el uso de java, de flash y de otros programas más modernos aún para crear sus webs? Obviamente no, que vivimos en unas democracias y en el libre mercado.
Gachas aprovecha la asociación libre que le ha generado el término “libre mercado” para contar una anécdota acaecida en Roma: va ella a comprar una esponja a la típica perfumería pequeña regentada por un matrimoño ya mayor y, cuando ya estaba a punto de adquirir una cutronga esponja de esas que son como redecillas de naranjas unidas con una cuerda para colgar en la pared, va la dueña y le dice que eso vale CINCO eurazos. Gachas dice que niente, que ahí te quedas tu spugna, maja (Esponja en italiano se dice parecido a la marca de salchichones Espuña). La señora, en actitud regateante, le dice: eh, Gachas, non ti credi que esta esponja es como las del mercadillo de ahí enfrente; anda, te la dejo por 3 euros. Gachas salió de ahí indignada y sin esponja. Su indignación radica sobre todo en el caos que debe de suponer regentar un negocio en el que no se sabe cuánto valen las cosas porque cada día cambian de precio a capricho de sus propios dueños. Gachas está segura de que si su “buona sera, vorrei una spugna” hubiese sido más firme y con mejor acento desde el principio, ahora tendría una espuña para colgar en la pared por el módico precio de un euro y medio o máximo dos.